29-7-2009
What have I become
My sweetest friend
Everyone I know goes away
In the end
And you could have it all
My empire of dirt
I will let you down
I will make you hurt
I wear this crown of thorns
Upon my liar's chair
Full of broken thoughts
I cannot repair
Beneath the stains of time
The feelings disappear
You are someone else
I am still right here
“Eso en que me convertí
…mi buen amigo
alejó al final a todos aquellos a los que conocí
Y tú te veras en la misma
Mi imperio de mierda
Te llevaré por delante
Te haré sufrir
Llevo esta corona de espinas
Me coloco en el trono del mentiroso
Lleno de pensamientos destrozados
que no puedo reparar
bajo las manchas del tiempo
Los sentimientos desaparecen
Tú te conviertes en uno más
Y yo me quedo aquí”
(Hurt, NIN, 1994)
Dolor
A veces es tan intenso que se mete dentro de uno y no sabe vivir sin él. A veces se forma en torno a la existencia de uno como si fuera un parásito, hasta convencernos que nuestra existencia no vale nada más que lo que cualquiera pueda darnos por ella.
Para eso hay que conocer el concepto de dolor, alguien te tiene que haber hablado de él, y sobre todo de la peor de sus secuelas, que es la culpa. El dolor sin culpa es sólo percepción, ausencia de placer, una molestia más o menos intensa dentro de una escala convencional. Y en definitiva, algo que los fármacos pueden combatir.
Por el contrario, la culpa la inventaron unos tipos que deseaban ser indispensables para asegurar nuestro equilibrio, para intervenir en nuestra conducta aun y cuando llgáramos a emanciparnos y liberar nuestras mentes de viejos temores, esto gracias a la Ciencia y el progreso. Sí, sí; aunque puedas tocar el cielo con tus manos, siempre habrá alguien que pueda explotar tu culpa por aquello que no hiciste, o por aquello que pudiste evitar. Y ese sentimiento inducido causa un dolor que ningún fármaco puede combatir; a lo más enterrar, pero una culpa enterrada a base de química es un zombi siempre dispuesto a salir de su tumba. Uno de los peores.
Además, la culpa es un complemento que preside las vidas de aquellos que sobre-estiman su capacidad para controlar el destino. Si nos detenemos en analizar su funcionalidad estaremos de acuerdo en que, en realidad, nos pretende alejar de aquello que no nos gusta tener junto a nosotros.
Si nos fijamos en nuestro entorno, la culpa nos señala aquello en lo que no estamos a la altura; nunca nos señala nuestros éxitos ni nuestros aciertos. Su función es mantenernos alerta ante la mala noticia. Pero esto es sólo una ilusión provocada por una moral inyectada desde hace tiempo. La de que todos somos unos pecadores irremisibles, que jorobamos todo aquellos que tocamos.
Te propongo que lo veas a través de otra perspectiva. Tú, como todo cristiano y el resto de la huimanidad, eres un animal fisiológicamente orientado a procurarte la supervivencia, consolidar una posición de seguridad ante peligros potenciales y, finalmente, alcanzar el placer (la felicidad?..., bueno este término puede incluirse en el mismo campo semántico que la culpa, la moral etc...). También, ¿por qué no decirlo?, tu impulso vital intenta que, logrados esos objetivos, aquellos se mantengan constantes y a tu alcance
Cada vez que frustras tu humano deseo por asegurarte la supervivencia, consolidar tu seguridad o rodearte de mecanismos de placer; cada vez que la realidad te pone sus condiciones y rechaza tu solicitud sientes frustración (dolor), y en lugar de aceptarlo deportivamente como parte de un juego en el que muchos como tú buscan lo mismo, recurres a la culpa, ya que con ella te proporcionas una salida de la mano del propósito de enmienda o, lo que e speor, del conformismo o la autodestrucción. Eso nos puede llevar a una negación de nuestra búsqueda del placer, a nuestro humano interés por consolidar la seguridad, o de sobrevivir, en el caso más extremo. En definitiva, la culpa puede desactivar nuestra lucha, puede apoyarse en nuestro miedo al fracaso y anular nuestra pulsión. Puede deshumanizarnos y llevarnos a un pozo.
El deseo de experimentar sensaciones agradables es propio de una entidad bioquímica provista de neurotrasmisores cuyo único propósito es precisamente ése; la Naturaleza, empezando por nosotros mismos, nos da las palancas necesarias para poner en funcionamiento nuestro sistema "hedonista" (destinado a la búsqueda del placer), tal real y organizado como el sistema nervioso, el respiratorio, el digestivo o el circulatorio.
En fin, el fracaso o la frustración en la búsqueda del placer, de la supervicencia o del standard de seguridad que creemos apropiado, está causado por múltiples elementos que intervienen de forma agónica y competitiva; esos factores posibilitan un juego en el que sólo quienes participan más veces tienen más números para ganar. Añade a eso que no todos empezamos con las mismas cartas que y no todos podemos jugarlas en igualdad de condiciones.
Dentro de estas condiciones es difícil concebir la existencia de la culpa. Tampoco siquiera su consuelo, que es su lado positivo (la próxima vez lo haré mejor). Nunca hay próxima vez, siempre es distinta. A veces es mejor pensar que hemos fallado, ya que eso nos aporta la esperanza de no volver a equivocarnos. Pero en realidad sólo falla el que no se atreve a jugar. El resultado es sempre fruto de un azar incontrolable.
Te diré algo: la verdadera sabiduría consiste en contextualizar resultados -positivos y negativos- dentro de parámetros que los hagan constructivos y trasformen sus efectos en energía positiva. Si no lo vemos así elegiremos entre una vida de negación (no nos atrevemos a arriesgar lo que tenemos) o de dolor agravado por la culpa (un tormento que se basa en aceptar de forma acrítica que lo que tenemos es consecuencia exclusiva de nuestros actos). Sólo somos responsables de lo que no hacemos. Para bien y para mal.
Te amo Cris.
El fracaso sólo existe para los ingenuos que en su soberbia temen sentirse culpables de los actos del azar.